viernes, 18 de abril de 2008

La influencia afrocaribeña

La influencia afrocaribeña
Manuel Monestel
La Nación




Viajar por la música creada durante este siglo en Latinoamérica, es descubrir un ancestro negro haciendo percusión con cualquier objeto a mano.

El negro esclavo Gaspar se sentó en un viejo cajón de madera que otrora sirviera para guardar bacalao seco. De repente casi sin proponérselo descubre las cualidades percusivas de aquel simple objeto. Golpeando rítmicamente aquella madera, canta, invocando sus dioses africanos, y así "funda" sin proponérselo, la nueva escuela de percusión afroamericana y toda una corriente estética musical que más tarde en la historia, haría vibrar y bailar al mundo entero.

Con el pasar de los años, ya Gaspar no era el único que tocaba el cajón, eran miles los músicos negros que a lo largo y ancho del territorio americano tocaban y cantaban. Eran miles de cajones, claves, barriles con piel de chivo, y gargantas, vibrando y creando la sinfonía colectiva más dinámica y espectacular de la historia americana.

Los cantos religiosos en principio dan paso a la erótica rumba y al cortesano danzón, madre y padre de los posteriores boleros, guarachas, sones, guajiras, merengues y tantos otros.
En las primeras décadas del siglo XX, surge un gran interés entre los compositores por recoger elementos de la música popular de carácter afro.

A la manera en que lo hicieron Bártok y Kodaly en Hungría, compositores como Henry Cowell y Aaron Copland en Estados Unidos, el brasileño Heitor Villa-Lobos o los cubanos Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla, incursionan en la música popular o folclore de sus países, generando obras como La Rebambaramba o Los motivos del son de Roldán, o La rumba y Bembé de Caturla, así como las Bachianas Brasileiras de Villa-Lobos.

Posteriormente, otro género de origen afroamericano, el tango, alimenta la obra de Stravinsky, de Hindemith o de Darius Milhaud.

Nos dice Alejo Carpentier: "Habanera, tango argentino, rumba, guaracha, bolero, samba brasileña, fueron invadiendo el mundo con sus ritmos, sus instrumentos típicos, sus ricos arsenales de percusión hoy incorporados por derecho propio a la batería de los conjuntos sinfónicos."


La poesía afrocaribeña parece ser la semilla de toda una corriente de canción que apoyada en ritmos como el bolero, el son, la guaracha, el chachachá en el Caribe, el danzón en México y en Cuba o la samba en Brasil, constituyen la base de la poética popular contemporánea en Latinoamérica.

La lírica de Nicolás Guillén, Luis Palé Matos, Andrés Eloy Blanco, Antonio de Castro Alves, Aimé Césaire y otros tantos, recoge la visión afroamericana del mundo y la plasma en expresiones que acompañan el desarrollo de esta nueva estética.


El filin

El movimiento musical que a partir de los años de 1940 se conoce como el "filin", genera los grandes boleros del repertorio popular latinoamericano. Destacados compositores como José Antonio Méndez y César Portillo de la Luz se perfilan como líderes de este movimiento musical que trasciende las fronteras cubanas y vuela por los aires continentales con otras voces como Agustín Lara, Bobby Collazo y Orlando de la Rosa.




Esta corriente estilística no se limitó solo al mensaje romántico amoroso sino que tuvo también perfiles políticos como en el caso del puertorriqueño Rafael Hernández con su Lamento borincano y Preciosa, canciones que dedica a su patria y a su particular situación sociopolítica.

El movimiento del "Filin" establece relaciones con estilos de la música negra de Norteamérica como el jazz, aplicando fórmulas armónicas y el "feeling" interpretativo, de cantantes de ese género como Billie Holliday, Ella Fitzgerald o el mismo Nat King Cole.

Surgen boleros como "La gloria eres tú", "Bésame mucho" o "Contigo en la distancia" que pasan a ser verdaderos hitos dentro de este género musical.

De alguna manera, como ocurrirá posteriormente con la salsa o la nueva trova cubana, la herencia africana se reencuentra y se reconoce en sus distintas latitudes y dimensiones.


Las grandes orquestas


Con la aparición de la radio y el cine, el cajón de Gaspar, y todos los tambores afrocaribeños, encuentran nuevos espacios y cobran nuevas dimensiones. La percusión de la rumba se transforma y pasa a acompañar las grandes orquestas de los años 40 y 50. Los ensambles al estilo de las Big Bands del jazz de Estados Unidos surgen en el Caribe, tornándose en bandas de mambo, son, bolero o calypso. Nombres como Pérez Prado, Beny Moré, Machito, Luis Alcaraz o la Sonora Matancera, llenan las ondas hertzianas de América y aceleran la reproducción de la estética afrocaribeña a distintos puntos del continente.

Este momento representa un salto en la complejidad de la instrumentación y orquestación de la música popular afrocaribeña. Quedan atrás los tríos, cuartetos, septetos, etc., para abrazar el reto de la gran orquesta de más de 15 músicos. Instrumentos como el "tres", guitarra criolla cubana, o el "cuatro", guitarra criolla puertorriqueña, son sustituidas en estas orquestas por el piano y el brass. Ritmos como el mambo, el son y el chachachá constituyen el repertorio favorito de estos conjuntos.

Personalidades como Benny Moré se convierten en verdaderos modelos de lo que es el músico afrocaribeño. Este artista popular era compositor, arreglista, director, exquisito cantante y maestro de la presencia escénica. Su música y su sonido se convierten en un punto de referencia obligado para las nuevas generaciones de boleristas, salseros y jazzeros.

La era está pariendo un corazón

En décadas posteriores surgen movimientos musicales que recogen, dentro de un amplio marco cultural y con intenciones más claramente políticas, la herencia de los viejos cantores negros del Caribe.

Los movimientos de la Nueva Trova en Cuba y el Reggae en Jamaica, marcan los años 60 y 70, por su creatividad, su lirismo y su consecuencia social y política.

La "nueva trova" es un movimiento que se nutre de la "trova tradicional" cubana, y en ese sentido retoma la tradición musical de su pueblo. Sin embargo, al mismo tiempo, propone rupturas importantes en el sentido de las letras de las canciones y en la incorporación de elementos de la música universal contemporánea. Su nacimiento se enmarca dentro de la naciente revolución cubana en los primeros años de la década de los 60.

Figuras como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola y Sara González, junto a músicos como Leo Brower, desarrollan un estilo y un lenguaje lírico musical, que más allá de su inmediata función política revolucionaria, han logrado impactar las corrientes actuales de la cancionística latinoamericana.

En otro contexto dentro del mismo Caribe, el movimiento rastafarian en Jamaica, de corte claramente político, perseguía la revaloración de la africanía y la reivindicación de la cultura negra. Basado en antiguas profecías africanas y en figuras de líderes como Marcus Garvey y Halie Selassie, este movimiento ideológico encuentra resonancia en músicos jóvenes que buscan además nuevas formas de expresión.

Así el reggae como fórmula musical y el pensamiento rastafarian como base ideológica, crean una alianza que genera toda una corriente nueva entre las jóvenes generaciones de jamaicanos y posteriormente en toda la conciencia de la africanía en el mundo. Figuras como Bob Marley, Peter Tosh y Jimmy Cliff, son los más populares creadores de esa corriente.

La canción redentora sigue resonando en el Caribe, esa canción redentora que nació con un esclavo que descubrió las cualidades sonoras de un simple cajón de madera. La canción redentora que ha provocado que la maravillosa y mágica música caribeña impacte más y más el gusto estético de pobladores del mundo, quienes en apariencia se podrían situar muy lejos de la africanía. Ingleses, rusos y hasta japoneses sucumben ante la tentación de la salsa o algún otro estilo contemporáneo de música caribeña. Vuela por el mundo, recordándonos tal vez nuestro común origen africano y nuestra necesidad de un mundo que se rija por la consigna de Bob Marley "One love, one heart", un mismo amor, un solo corazón.

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