miércoles, 9 de abril de 2008

LOS SIMBOLOS EN EL MUNDO EGIPCIO

LOS SIMBOLOS EN EL MUNDO EGIPCIO
Isidro Toro Pampols




Antes de entrar en el tema que nos ocupa, vamos a recordar la definición de la palabra símbolo de acuerdo al diccionario de la RAE:


“Símbolo. (Del lat. simbŏlum, y este del gr. σύμβολον). m. Representación sensorialmente perceptible de una realidad, en virtud de rasgos que se asocian con esta por una convención socialmente aceptada. 2. Figura retórica o forma artística, especialmente frecuentes a partir de la escuela simbolista, a fines del siglo XIX, y más usadas aún en las escuelas poéticas o artísticas posteriores, sobre todo en el superrealismo, y que consiste en utilizar la asociación o asociaciones subliminales de las palabras o signos para producir emociones conscientes. 3. Ling. Tipo de abreviación de carácter científico o técnico, constituida por signos no alfabetizables o por letras, y que difiere de la abreviatura en carecer de punto; p. ej., N, He, km y $ por Norte, helio, kilómetro y dólar, respectivamente. 4. Numism. Emblema o figura accesoria que se añade al tipo en las monedas y medallas. 5. ant. santo (ǁ nombre que servía para reconocer fuerzas como amigas o enemigas). ~ algébrico. m. Letra o figura que representa un número variable o bien cualquiera de los entes para los cuales se ha definido la igualdad y la suma. ~ de la fe, o ~ de los Apóstoles. m. credo (ǁ oración).

En las distintas variantes de la definición de símbolo encontramos dos constantes: es una representación sensorialmente perceptible de una realidad y, segundo, es socialmente aceptada.

Entonces encontramos la razón que sustenta la afirmación: “el mundo espiritual de los egipcios no es asequible sin más a los occidentales de nuestro tiempo”. Y es que los antiguos egipcios vivían en un mundo de imágenes. De ahí que las formas primarias del pensamiento egipcio sean el símbolo y la imagen los cuales, en incontables ocasiones, se entremezclan de manera inseparable. Esa manera de percibir al mundo no es socialmente aceptada por el hombre de hoy. Y es que los habitantes del valle del Nilo no participaba nuestra lógica racional. La magia simbólica y los relatos de naturaleza mítica presidían hasta los actos de Estado. Eso que parece tan contradictorio al hombre occidental contemporáneo, era usual, común, en el Egipto milenario.

El mundo relacional de las imágenes.

Las imágenes dominaban el principio formal. Para nosotros no tiene lógica que el cielo se represente como una vaca, o que el escarabajo sea venerado como el símbolo del dios Sol. El egipcio entendía que el cementerio debía estar en el occidente del país ya que el sol se pone en el oeste para recomenzar su trayecto en la mañana, así los muertos pueden lograr su desplazamiento hacia la nueva vida. Existe una correspondencia real que se da entre las cosas, en la relación entre el microcosmo y macrocosmo intuida por la mente y visualizada por los ojos. Si para el hombre actual el mundo es enigmático, no era menos para el habitante antiguo.

En la actualidad nos colocamos frente al universo e intentamos comprenderlo midiendo y calculando. Sobre la data obtenida analiza e infiere. En el mundo antiguo: egipcios, babilonios, griegos, entre otros, no intentaron contar las estrellas, sino realizaban una disposición gráfica que muestra o representa cosas relacionadas entre sí, facilitando su visión conjunta. Las identifica con imágenes y ese cielo estrellado se transforma en un libro ilustrado que le permite a la humanidad dar pasos de avances de inmenso valor. Ese encuentro en el espacio celeste de lo divino con el sentido de la existencia, se intenta conservar fijándolo en imágenes.

Para el hombre contemporáneo hay diferencias entre la realidad y el símbolo. Este es irreal y abstracto. Va más allá de la forma concreta. Pero para el mundo arcaico no. En el pensamiento mágico la imagen y su original son la misma cosa. La imagen es real. El nombre de una persona es algo más que una forma de identificarla. Es un componente de su existencia y a través del nombre se puede hacer daño al portador. El color rojo simboliza la vida, pero no queda allí. No. El color rojo la mantiene y posibilita la resurrección. El mundo mágico religioso del Antiguo Egipto es inclusivo. La magia es una forma de relacionarse con el mundo, la religión con dios. De ahí que ambas prácticas no se excluyan mutuamente, sino todo lo contrario: se complementan.

Hike

En el marco de la comprensión mágico religiosa, existe una fuerza misteriosa conocida como “Hike”. Hike, Heka o Heket, se representa como un dios o diosa que lleva sobre la cabeza un estandarte con una rana y que sujeta en sus manos dos serpientes.

Presente desde el Reino Antiguo, más que un dios es la personificación del poder del Sol. Aunque tradicionalmente se ha traducido como magia, en opinión de muchos egiptólogos, sería más acertado decir que es el poder que permite obtener fines más allá del alcance de la acción y la expresión normales. Como dios asociado a los poderes mágicos y sortilegios, es la personificación de la magia divina que produce la vida, el poder mágico del sol y el poder de la palabra.

Forma parte de la comitiva de la barca solar, encargada de la defensa de Ra y es uno de los responsables de repeler a la dañina serpiente Apofis que lucha cada noche para atacar y eliminar al Sol. Presente también en los Textos de los Sarcófagos, aparece como dios primordial; sin embargo, poseía un clero compuesto de médicos-magos.

En los Textos de las Pirámides se encuentran el jeroglífico “serpiente” con varios cuchillos para hacerla inofensiva. Se parte de la fe en la mencionada fuerza misteriosa que produce efectos sobrenaturales, la cual forma parte de la naturaleza de los dioses y la misma puede ser utilizada por los sacerdotes expertos, quienes, en su rol de sacerdotes funerarios, tienen la misión de exorcizar los poderes de la muerte y de asegurarle al difunto una “existencia” feliz.

La simbología en la relación macrocosmo microcosmo

El razonamiento mágico se encuentra en aquellos pueblos que comprenden que todos los fenómenos están relacionados entre sí por una participación mística. Parte de ahí el desarrollo del razonamiento mítico y en ese proceso de transición el hombre ya no observa el mundo como síntesis y ahora se reconoce a sí mismo como un ser envuelto en la polaridad cósmica. El hombre realiza la experiencia del espacio y del tiempo. Para el egipcio los mitos eran “hechos de los dioses al comienzo de los tiempos, pero estos sucesos eran símbolos que expresaban la organización actual de las cosas”.

La figura que representa al dios aire Shu separando el cielo (Nut) de la tierra (Gueb), es un acto simbólico de la toma de conciencia del Arriba y del Abajo, de la Luz y de la Oscuridad, del Bien y del Mal. Allí encontramos el devenir simbólico del pensamiento mágico que se integra al pensamiento mítico.

Se consideraba que Shu posibilitaba al difunto su ascensión al cielo. Como señor del aire, es la atmósfera que separa la tierra del cielo, o sea, es el espacio vacío que existe entre el cielo (Nut) y la Tierra (Gueb), el aire y la luz que da lugar a la existencia de vida y su ocupación eterna era mantener separados el cielo (Nut) y la tierra (Gueb) para que el caos no se apoderara del universo; aunque según Plutarco, lo hizo por orden de Ra. El resultado es que gracias a la creación de ese espacio intermedio entre el cielo (Nut) y la tierra (Gueb) se podía difundir la luz solar, garantizando así a su padre (Atum-Ra) un espacio diferenciado que le a él permite volver cada día.


El encuentro con el centro de la existencia

Por medio de los ornamentos geométricos, el hombre del neolítico expresa su visión mágica del mundo. Más allá de la exigencia de los materiales y la tecnología, o de la necesidad instintiva de imitar, el ser humano de la época Predinástica concibe la ornamentación simbólica como un símbolo.




En los mapas se registraba la “geografía del más allá” y se pintaban en el fondo de los ataúdes. Era la guía necesaria para conducir al difunto en zona desconocida. El arte era utilitario en función del culto y la magia. No se puede hablar del arte arcaico egipcio con la misma óptica que tenemos hoy día del arte en Occidente. En la arquitectura monumental, representada en las pirámides o las pinturas funerarias de Tebas, no figura nada que no sean símbolos y estos comprensibles para la clase sacerdotal y para aquellos iniciados en el conocimiento esotérico egipcio. Los médicos pertenecen a una clase sacerdotal. Las normas que rigen la higiene y la prevención de enfermedades son mandamientos. Los funcionarios jurídicos son los “sacerdotes de Maat”. Todo el ordenamiento ciudadano lo da el dios creador. Todo esta impregnado por la religión y esta, a su vez, es un conocimiento exclusivo de los iniciados.

La afirmación anterior no puede hacernos pensar que el arte egipcio era inmutable. Rígido. Estático. No, en absoluto. La imagen original de la “pantera volante”, el símbolo del cielo (pantera) y del sol (el halcón de la mañana como hijo y el hombre de la tarde como padre) se fue cambiando en la del “disco solar volante” (sol con alas). De allí la importancia de comprender lo que el símbolo en sí mismo significa para el hombre de aquellos tiempos.

Cuando el egipcio observa un símbolo que para un occidental puede representar una barca, la pirámide, la flor de loto, la garza, la rana, piedra preciosa o cualquier otro, no piensa en la superficie de la cosa o en la forma del símbolo. Al encontrarse con el emblema tiene la sensación de encontrarse con el infinito. Se aleja de los motivos cotidianos y se adentra en el camino que lo convoca al centro de la existencia. El símbolo lo conduce al origen y a la muerte, la luz y la oscuridad, el bien y el mal. Es un resumen de ese “mundo distinto” que poco tiene que ver con el aquí y el ahora. Complejo cosmos al cual accede por medios de las categorías simbólicas típicas que le permiten ir y asistir de los pequeño a lo grande, de los fragmentario a la totalidad, de lo efímero a lo eterno.

Este concepto se nos hace difícil a los habitantes de este tercer milenio ya que el símbolo no pretende explicar de una manera racional las misteriosas relaciones existentes en las leyes naturales que rigen los fenómenos del mundo. De allí que el título de “Guarda del Secreto”, existente en el Imperio Antiguo, era tan importante ya que el conocimiento del orden cósmico es un secreto que hay que mantener a buen resguardo de lo profano.

Al momento de convocarse al iniciado, el símbolo tiene la función de tutelarle en la senda hacia algo superior y de revelárselo al mismo tiempo. Pero el símbolo, igualmente, tiene la misión de esconder el conocimiento al ignorante, quien nunca sabría darle buen uso.

Uno de los títulos existente es el “Guarda del Secreto de la Cámara del Vestuario”. Pocos sabían cómo y en qué ocasiones había que usar las diferentes partes del traje ceremonial. Situar cada vestido o joya en el mito. El acto de vestirse, en sí mismo, es simbólico.


Símbolos: arquetipos en el alma del ser humano




Algunos podrán creer que en el repertorio simbólico egipcio se encuentran ambivalencia. Que los hay bipolares. Que Osiris, por ejemplo, considerado dios del infierno y, al mismo tiempo, señor del cielo; es el sol poniente y naciente, perecer a manos de su hermano Set y ser inmortal. La diosa Bastis aparece como una gata amable, festejada por las mujeres con música y bailes. Sus sacerdotes son médicos. Sin embargo, la diosa bajo el nombre de Sacmis, aparece como una cruel devoradora, una feroz batalladora en forma de leona.

Carl Gustav Jung (1875-1961) psiquiatra y psicoanalista suizo, fundador de la escuela analítica de la psicología, quien realizó una variación sobre la obra de Sigmund Freud y el psicoanálisis, interpretando los problemas mentales como un modo patológico de procurar la autorrealización personal y espiritual, estableció que los símbolos no están sujetos a tiempo y lugar y que la mayoría se rigen por leyes independientes de la tradición ética y de la religión. Los psicólogos han constatado que las imágenes le vienen al hombre también desde el fondo de su alma, del subconsciente y no solamente del mundo visible. Que estas imágenes se le aparecen al individuo en los sueños o en estados semiconsciente. Esto es lo que Jung define como arquetipos.

Arquetipos que entran en la consciencia en forma de mitos y símbolos. Como los arquetipos se encuentran en el alma de los hombres, estos pueden emerger a la conciencia de cualquier pueblo y en cualquier tiempo. Los símbolos del gato y del león –Bastis y Sacmis- pertenecen al arquetipo de la “Gran Madre” que da a luz y devora, diosa de la Tierra de la que proviene y regresa todo ser viviente.


La psicología de Jung explica por esta vía la existencia en el arcano mundo egipcio de ideas e imágenes que se conocen –antes o después- en otras regiones. El dios que desciende a la tierra, del agua de vida, del arca sagrada, del camino al otro mundo, entre otros.


Simbología egipcia: custodia del verdadero conocimiento

Desde tiempo arcano el rey egipcio personificaba al dios Horo. Es el simbolismo del dios que desciende a la tierra. En tiempos primitivos, de acuerdo a la tradición mítica, Osiris, el hijo del dios tierra Gueb y de la diosa cielo Nut, le dio al país del Nilo leyes y le enseño a respetar a los dioses. A su muerte, le sucede Horo en el dominio de Egipto. De allí la simbología real que Osiris es el rey que fallece y que Horo es el rey “en el trono de los vivos”. El poder real es una encarnación del poder divino. El rey es la personificación del dios Horo.


Así el rey al morir se transforma en Osiris y todos son sucesores del dios Osiris. A partir de la Dinastía IV, al rey se le denomina, además, hijo del dios Re o, simplemente, “imagen viva en la tierra” de su padre.

De lo anterior se desprende que la simbología egipcia no es rígida en absoluto. Pero en su esencia, mantiene la concepción de su conocimiento y creencias. El templo de Amenofis III en Luxor muestra como el dios Amón asume la forma del rey actual y en la unión con la reina, garantizaba la sucesión divina del heredero. Ese modelo o, en palabras de Jung, arquetipo, se expresó ya bien entrada en nuestra era con la teoría del derecho divino de las monarquías occidentales.


En el sarcófago de Tutankhamón se observa, sobre su frente, el buitre y la serpiente que simbolizan a los dos países: el Bajo y el Alto Egipto. Señalamos estos con el fin de observar la importancia del mundo de los símbolos y para que este ejemplo nos ayude a comprender un poco más en el significado compartido por el colectivo, pero no para encontrarnos con el verdadero significado de los mismos, ya que ello, como se ha dicho en párrafos anteriores, corresponde al conocimiento de los iniciados.

El buitre de Elkab, ciudad del Alto Egipto, y la serpiente de Buto, en el Delta, son los animales heráldicos de los dos países. El buitre es el animal sagrado de la diosa Nekhbet y simboliza la corona blanca del Bajo Egipto. La serpiente se refiere a Uto y simboliza la corona roja del Alto Egipto. Allí tenemos dos animales heráldicos, dos coronas y dos diosas: tenemos entonces la expresión dualística egipcia de que el mundo percibido por los sentidos ha nacido de la división de una unidad original. Todo este interesante simbolismo se desprende de los hallazgos arqueológicos en torno a la institución real egipcia.

Siguiendo en el campo de la institución real, encontramos que en la mitología propia de otras latitudes, por ejemplo Grecia, se encuentra el paso de las regiones de los dioses a la de los mortales. Esto no ocurre en la egipcia. El rey es el único vínculo entre ambas zonas.
El rito de entronización se encuentra lleno de símbolos. Primero, el candidato al trono es purificado con el agua de la vida, para “que se volviera tan joven como Ra”, quien también se purificó antes de emprender su viaje por los cielos. La víspera de la coronación se erigía lo que se conoce como la pilastra Dyed, lo que seguramente es un rito de fertilidad. La coronación es llevada a cabo por los dioses. Luego, el rey disparaba una flecha a cada uno de los puntos cardinales asumiendo así, simbólicamente, el dominio sobre el mundo.


La cruz ansada o ansata, la lleva el rey en la mano. Es símbolo de ser portador de vida. En su corona lleva la serpiente de oro (Ureo), símbolo del centelleante ojo del sol que destruye a los enemigos de la luz. El rey es el garante del orden terrestre y cósmico.

Estos poderes divinos se renuevan al término de unos treinta años de mandato por medio de la fiesta del Jubileo (heb-sed). El hecho de hacerlo a los treinta años puede estar basado en el ciclo orbital de Saturno. En el sur de la India se lleva a cabo una fiesta similar tras doce años de reinado; que corresponde al ciclo orbital de Júpiter. La fiesta del Jubileo representa la muerte y resurrección del rey, por lo que alcanzaba nueva fuerza vital. Esta celebración también se encuentra en culturas antiguas de Europa y en otras partes del mundo. El elemento común a estas fiestas es el hecho de que la posición de las constelaciones era decisiva al determinar la fecha de la muerte ritual. En Kordofán, región situada en el centro del actual Sudan, se apagaban todos los fuegos con lo que se simboliza la extinción de la ley y el orden. Por analogía, la ceremonia de “encender el fuego” recibe un especial significado en la fiesta egipcia del Hebsed o Jubileo, ya que el rey mismo encendía el nuevo fuego y garantizaba así la luz y la vida.
Esto, en apretada síntesis, es lo que la arqueología y otras ciencias de la cultura recogen del mundo simbólico egipcio. Nada que ver con los textos esotéricos los cuales profundizan en su significado, pero el mismo es sólo para iniciados. Lo importante de esta lectura, es que, sin temor a equivocarnos, la ciencia exotérica cada día encuentra elementos que ratifican la importancia y la profundidad del saber esotérico.









Bibliografía

Lurker, Manfred. Diccionario de dioses y símbolos del Egipto Antiguo. Indigo. Barcelona, España. 1991
Becker, Udo. Enciclopedia de los símbolos. Robin Book. Barcelona, España. 1996.
Landmann, Michael. Antropología filosófica. UTEHA. México. 1961

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