Las características de la ropa, las tradiciones de la indumentaria y del arreglo constituyen las formas de originalidad más evidentes, es decir, las más inmediatamente perceptibles de una sociedad.
Los diversos tipos de sociedad se conocen, en primer lugar, a través del vestido y la pertenencia a un área cultural determinada se manifiesta, frecuentemente, por las indumentarias tradicionales de sus miembros. Por ejemplo, los turistas se fijan de inmediato en el velo con que se cubren las mujeres del mundo islámico. Durante mucho tiempo se puede ignorar que un musulmán no consume carne de cerdo ni bebidas alcohólicas, pero el velo de la mujer se muestra con tal insistencia que, en general, es suficiente para caracterizar a la sociedad musulmana.
En el Magreb árabe, el velo forma parte de las tradiciones del vestuario en las sociedades nacionales tunecina, argelina, marroquí y libia. Para el turista y el extranjero, el velo caracteriza a la vez a las sociedad argelina y a su componente femenino. Por el contrario, en el hombre argelino podemos encontrar modificaciones regionales menores: fez en los centros urbanos, turbantes y chilabas en el campo. El vestido masculino admite cierto margen de variación, un mínimo de heterogeneidad. La mujer, vista a través de su velo blanco, unifica la percepción que se tiene de la sociedad femenina en Argelia.
Es evidente que nos encontramos ante un uniforme que no tolera ninguna modificación, ninguna variante. Hay un fenómeno que vale la pena recordar. Durante la lucha del pueblo marroquí contra los colonialistas españoles y franceses y, principalmente, en las ciudades, el velo negro se impuso sobre el blanco. Al nivel de los sistemas de significación, es importante subrayar que el negro nunca ha expresado duelo o aflicción entre la sociedad musulmana marroquí. Significó una actitud de lucha: la adopción del negro respondía al deseo de presionar simbólicamente al ocupante, por lo tanto, de escoger sus propios símbolos.
El velo o haik (versión magrebí del hiyab o chador) define con precisión a la sociedad argelina. Podemos quedar indecisos o perplejos ante una niña, pero la incertidumbre desaparece en el momento de la pubertad. Con el velo las cosas se precisan y ordenan. La mujer argelina es, a los ojos del observador europeo, “la que se esconde detrás del velo.”
Veremos que ese velo, uno de los elementos de la tradición global del atuendo tradicional de los musulmanes, se convirtió en motivo de una batalla grandiosa en ocasión de la cual las fuerzas de ocupación movilizaron sus recursos más poderosos y diversos, y el colonizado desplegó una sorprendente fuerza de inercia. La sociedad colonial, tomada en su conjunto, con sus valores, sus líneas de fuerza y su filosofía, reacciona de manera bastante homogénea frente al velo. Antes de 1954, y más exactamente después de los años 1930-1935, se libró el combate decisivo. Los responsables de la administración francesa en Argelia, empeñados en la destrucción de la originalidad del pueblo, encargados por el poder de intentar a cualquier precio la desintegración de las formas de existencia susceptibles de evocar una realidad nacional, aplicaron el máximo de sus esfuerzos para destruir la costumbre del velo, interpretada para el caso como símbolo del estatus de la mujer argelina. Esa posición no fue consecuencia de una intuición fortuita. Con apoyo en los análisis de los sociólogos y etnólogos, los especialistas en los llamados “asuntos indígenas” y los responsables de las “secciones árabes” coordinaron su trabajo. En un primer nivel, se manipuló simple y llanamente la famosa fórmula: “conquistemos a las mujeres y el resto se nos dará por añadidura”. Esta racionalización se contenta simplemente con revestirse de una apariencia científica al utilizar los “descubrimientos” de los sociólogos.
Entre las “cosas incomprensibles” del mundo colonial se mencionaba frecuentemente el caso de la mujer argelina. Los estudios de sociólogos, islamólogos y juristas abundan en consideraciones sobre la mujer argelina. Descrita a veces como esclava del hombre o como soberana incontestada del hogar, el estatus de la mujer argelina ha intrigado a los teóricos.
Otros, igualmente autorizados, afirman que la mujer argelina “sueña con liberarse”, pero que un patriarcado retrógrado y sanguinario se opone a ese deseo legítimo. La lectura de los últimos debates de la Asamblea Nacional Francesa indica la importancia que se atribuye al conocimiento articulado del “problema”. La mayoría de quienes intervinieron en la discusión evocó el drama de la argelina y reclamaron su solución. Agregaron que éste era el único medio de desarmar la rebelión.
Es un hecho constante que los intelectuales colonialistas transforman el sistema colonial en un “caso sociológico”. Este país –se afirma– exigía, solicitaba la conquista. Así, para invocar un ejemplo célebre, se ha descrito un pretendido “complejo de dependencia” en Madagascar.
Se dice que la mujer argelina es “inaccesible, ambivalente, con ingredientes masoquistas”, y se aportan hechos concretos para demostrar estas características. La verdad es que el estudio de un pueblo ocupado, sometido militarmente a una dominación implacable, exige garantías que sólo difícilmente se reúnen. No sólo se ha ocupado el suelo, los puertos y los aeródromos; el colonialismo francés se ha instalado en el centro mismo del individuo argelino y ha emprendido un trabajo sostenido de “pulimento”, de divorcio de sí mismo, de mutilación racionalmente perseguida.
No existe la ocupación de la tierra junto a la independencia de las personas. Es la totalidad del país, su historia, su pulso cotidiano los que han sido negados, desfigurados, con la esperanza de una definitiva anulación. En estas condiciones, la respiración del individuo es una respiración que se espía, ocupada. Es una respiración de combate.
A partir de este momento, los valores reales de los ocupados pasan muy pronto a existir clandestinamente. Frente al ocupante, el ocupado aprende a esconder, a ser astuto. Al escándalo de la ocupación militar opone el escándalo del aislamiento. Es mentira todo encuentro del ocupado con el ocupante.
Por debajo de la organización patriarcal de la sociedad argelina, los especialistas describen la estructura de un matriarcado. La sociedad musulmana ha sido presentada frecuentemente por los occidentales como una sociedad de la exterioridad, del formalismo, del personaje. La mujer argelina, intermediaria entre las fuerzas oscuras y el grupo, parece entonces cobrar una importancia primordial. Detrás del patriarcado visible y manifiesto se afirma la existencia, más radical, de un matriarcado de base. El papel de la madre argelina, el de la abuela, el de la tía, el de la anciana, es inventariado y precisado.
En aquel momento, la administración colonial pudo definir una doctrina política precisa: “si deseamos atacar a la sociedad argelina en su contexto más profundo, en su capacidad de resistencia, debemos en primer término conquistar a las mujeres; es preciso que vayamos a buscarlas detrás del velo en el que se esconden, en las casas donde las oculta el hombre”. La situación de la mujer se convierte desde aquel momento en objetivo de la acción. La administración dominante propone defender solemnemente a la mujer humillada, eliminada, enclaustrada...Se describen las posibilidades inmensas de la mujer, desgraciadamente transformada por el hombre argelino en un objeto inerte, devaluado y hasta deshumanizado. El comportamiento del argelino es denunciado enérgicamente y comparado con las costumbres medievales y bárbaras. Con una ciencia infinita, se lleva a cabo la requisitoria tipo contra el argelino sádico y vampiro en su actitud hacia las mujeres. El ocupante acumula sobre la vida familiar del argelino un conjunto de juicios, apreciaciones y consideraciones; multiplica las anécdotas y los ejemplos edificantes, intentando así encerrar al argelino en un círculo de culpabilidad.
Las asociaciones de ayuda y solidaridad con las mujeres argelinas se multiplican. Las lamentaciones se organizan. “Queremos avergonzar al argelino por la suerte que el impone a su mujer”. Es el periodo de efervescencia y puesta en práctica de una técnica de infiltración que arroja jaurías de trabajadoras sociales e impulsoras de obras de beneficencia a los barrios musulmanes.
Primero se intenta el abordaje de las mujeres indigentes y hambrientas. A cada kilo de sémola distribuida se añade una dosis de indignación contra el velo y el encierro. A la indignación siguen los consejos prácticos. Se invita a las mujeres argelinas a jugar “un papel fundamental, capital” en la transformación de su destino. Se la incita a rechazar una sujeción religiosa y se describe el papel inmenso que están llamadas a desempeñar. La administración colonial invierte sumas importantes en ese combate. Después de afirmar que la mujer representa el pivote de la sociedad argelina, se despliegan todos los esfuerzos para controlarla. Se asegura que el argelino permanecerá inmóvil, que resistirá a la empresa de destrucción cultural llevada a cabo por el ocupante, que se opondrá a la asimilación en tanto que la mujer no modifique su conducta. En el programa colonialista, la mujer está encargada de la misión histórica de desviar y empujar al hombre argelino. Convertir a la mujer, ganarla para los valores extranjeros, arrancarla de su situación es a la vez conquistar un poder real sobre el hombre y utilizar medios prácticos y eficaces para destruir la cultura argelina.
Todavía hoy, en 1959, el sueño de la domesticación total de la sociedad argelina, con ayuda de las “mujeres sin velo y cómplices del ocupante”, no ha dejado de preocupar a los responsables políticos de la colonización.
Los argelinos, por su parte, son blanco de las críticas de sus camaradas europeos o, más oficialmente, sus patrones. No hay un solo trabajador europeo que en las relaciones interpersonales del lugar de trabajo, del taller o la oficina, no le haya formulado al argelino las cuestiones rituales: “¿tu mujer usa velo? ¿por qué no te decides a vivir a la europea? ¿por qué no llevas a tu mujer al cine, a los espectáculos, al café?”.
Los empresarios europeos no se contentan con la actitud interrogativa o la infiltración circunstancial, sino que emplean “maniobras de apache” para acorralar al argelino, exigiéndole decisiones penosas. Con motivo de una fiesta europea de Navidad o Año Nuevo, o simplemente de una reunión interior de la empresa, el patrón invita al empleado argelino y a su mujer. La invitación no es colectiva. Cada argelino es llamado a la oficina del director y se le invita personalmente a venir con “su pequeña familia”. “Como la empresa es una ‘gran familia’ será mal visto que algunos vengan sin sus esposas, ¿usted comprende, no es cierto?”. A veces el argelino pasa por momentos difíciles frente a esta presión. Acudir con su mujer significa confesar que está derrotado, significa “prostituir a su mujer”, exhibirla, abandonar una modalidad de resistencia. Por otro lado, ir solo significa negarse a satisfacer los deseos del patrón y exponerse a ser dejado sin trabajo. Aquí estudiamos un caso elegido al azar, el desarrollo de las emboscadas que el europeo le tiende al argelino para acorralarlo y obligarlo a personalizar, a declarar: “mi mujer es algo aparte y no saldrá”, o a traicionar: “puesto que desea verla, aquí está”. El carácter sádico y perverso de estas ligas y relaciones mostraría directamente, al nivel psicológico, la tragedia de la situación colonial, el enfrentamiento de los dos sistemas, la epopeya de la sociedad colonizada con sus formas específicas de existencia, frente a la hidra colonialista.
Esta agresividad es mucho más intensa respecto al intelectual argelino. El fellah, el campesino argelino, “esclavo pasivo de un grupo rígido”, merece cierta indulgencia de juicio por parte del conquistador. Por el contrario, el abogado y el médico son denunciados con un vigor excepcional. Estos intelectuales, que mantienen a sus mujeres en un “estado de semiesclavitud”, se ven literalmente fulminados por la opinión pública. La sociedad colonial se levanta enérgicamente contra este aislamiento de la mujer argelina. Hay inquietud y preocupación por esas desgraciadas condenadas “a hacer niños”, enclaustradas y prohibidas.
Los razonamientos racistas se aplican con particular facilidad al intelectual argelino. Se dirá: “por médico que sea sigue siendo árabe”... “volvedle a su naturaleza y de nuevo galopará en el desierto”... Los ejemplos de este racismo pueden multiplicarse indefinidamente. En las grandes reuniones es muy común escuchar a algún europeo que confiesa agriamente no haber visto jamás a la mujer de un argelino al que frecuenta hace veinte años. A un nivel de comprensión más difuso, pero altamente revelador, encontramos la afirmación amarga de que “trabajamos en vano...”
Al presentar al argelino como una presa que se disputan con igual ferocidad el Islam y Francia occidental, se revelan con toda claridad las intenciones del ocupante, su filosofía y política. Esto significa, en efecto, que el ocupante descontento con sus fracasos presenta de manera simplificada y peyorativa el sistema de valores que le sirve al ocupado para oponerse a sus innumerables ofensivas. Lo que significa voluntad de singularización, preocupación por mantener intactos algunos jirones de la existencia nacional y religiosa, se identifica con actitudes mágicas y fanáticas.
Esta repulsa del conquistador asume, según las circunstancias o los tipos de situación colonial, formas originales. Las fuerzas de ocupación, al aplicar intensamente su acción psicológica sobre el velo de la mujer argelina, es evidente que cosecharon algunos resultados. A veces ocurrió que se “salvara” una mujer que, simbólicamente, se quitó el velo.
Estas “mujeres-test” con el rostro desnudo y el cuerpo libre circulan ahora como moneda corriente en la sociedad europea de Argelia. Alrededor de dichas mujeres reina una atmósfera de iniciación. Los europeos, sobreexcitados por su victoria y en una especie de trance que se apodera de ellos, evocan los fenómenos psicológicos de la conversión.
Los responsables del poder, después de cada éxito, refuerzan su confianza en la mujer argelina como soporte de la penetración occidental en la sociedad autóctona. Cada velo que cae descubre a los colonialistas horizontes hasta hoy prohibidos y les muestra, por otra parte, la carne argelina desnuda. La agresividad del ocupante y, por lo tanto, sus esperanzas, se multiplican después de cada rostro descubierto. Cada nueva mujer argelina que abandona el velo anuncia al invasor una sociedad argelina cuyos sistemas de defensa están en vías de dislocación, abiertos y desfondados. Cada velo que cae, cada cuerpo que se libera de la sumisión tradicional al haik, cada rostro que se ofrece a la mirada audaz e impaciente del ocupante, expresa negativamente que Argelia comienza a renegar de sí misma y que acepta la violación del colonizador. La sociedad argelina, con cada velo abandonado, parece aceptar el ingreso en la escuela del amo y decidir la transformación de sus costumbres bajo la dirección y el patrocinio del ocupante.
Hemos visto de que manera perciben el significado del velo la sociedad y la administración coloniales, y hemos trazado la dinámica de los esfuerzos para combatirlo en tanto institución, así como las resistencias de la sociedad colonizada. Al nivel del individuo, el europeo particular, puede ser interesante estudiar la multitud de reacciones surgidas por la existencia del velo, es decir, por la manera original que tiene la mujer argelina de estar presente o ausente.
En un europeo no comprometido directamente en esta obra de conversión ¿qué reacciones pueden registrarse? La actitud dominante parece ser la de un exotismo romántico fuertemente teñido de sensualidad.
En los tranvías, en los trenes, una trenza de cabello, una porción de frente, anunciadoras de un rostro “enloquecedor”, alimentan y refuerzan la convicción del europeo en su actitud irracional: la mujer musulmana es la reina de las mujeres. Sin embargo, también existe en el europeo la cristalización de la agresividad, de una violencia tensa frente a la mujer argelina. Despojar de su velo a esta mujer es exhibir la belleza, desnudar su secreto, romper su resistencia, hacerla disponible para la aventura. Ocultar su rostro significa disimular su secreto, provocar un mundo de misterio y ocultamiento. El europeo sitúa en un nivel muy complejo su relación con la mujer argelina. Quisiera tener esa mujer a su alcance y convertirla en un eventual objeto de posesión.
Esta mujer que ve sin ser vista frustra al colonizador. No hay reciprocidad. Ella no se exhibe, no se da, no se ofrece. El argelino, respecto a la mujer argelina, tiene en conjunto una actitud clara. No la ve. Incluso existe la voluntad permanente de no observar el perfil femenino, de no poner atención en las mujeres. No hay en el argelino, en una calle o en un camino, esta conducta de encuentro intersexual que se desarrolla a nivel de la mirada, de la presencia, de la musculatura, de los diferentes comportamientos turbados a que nos tiene acostumbrados la fenomenología del encuentro.
El europeo, frente a la argelina, desea ver. Y reacciona de manera agresiva ante este límite que se pone a su percepción. También aquí la frustración y la agresividad evolucionan en perfecta armonía.
Las mujeres europeas resuelven el conflicto con mucha menos precaución. Afirman perentoriamente que no se disimula lo que es bello, e interpretan este hábito extraño como una voluntad “muy femenina” de disimular las imperfecciones. Y comparan la estrategia de la europea que tiene por objeto corregir, embellecer, poner de relieve (la estética, el peinado, la moda,...) con la de la argelina, que prefiere cubrir, esconder, cultivar la duda y el deseo del hombre.
Hemos visto que la estrategia colonial de la disgregación de la sociedad argelina, al nivel de los individuos, concede un lugar de privilegio a la mujer argelina. El encarnizamiento del colonialista y sus métodos de lucha es natural que provoquen en el colonizado actitudes de reacción. Frente a la violencia del ocupante, el colonizado está obligado a definir su posición de principio frente a un elemento tradicionalmente inerte de la configuración cultural autóctona.
El afán rabioso del colonialista por despojar de su velo a la argelina, y su decisión de ganar a toda costa la victoria del velo, provocan la respuesta del autóctono. Aquí, encontramos una de las leyes de la psicología de la colonización. En un primer momento, la acción y los proyectos del ocupante determinan los centros de resistencia en torno a los cuales se organiza la voluntad de afirmación de un pueblo.
El blanco crea el negro, pero es el negro quien crea la negritud. A la ofensiva colonialista sobre el velo, el colonizado opone el culto al velo. Lo que era un elemento indiferenciado en un conjunto homogéneo, adquiere un carácter tabú; la actitud de las argelinas frente al velo se interpreta como una actitud global frente a la ocupación extranjera. El colonizado, frente a la acción del colonialista en tal o cual sector de sus tradiciones, reacciona de manera violenta. El interés dirigido a modificar un sector determinado, la afectividad inversa del conquistador en su trabajo pedagógico, en sus ruegos, en sus amenazas, tejen alrededor del elemento privilegiado un verdadero universo de resistencia. Resistir al ocupante en este terreno preciso significa inflingirle una derrota espectacular y, sobre todo, mantener la “coexistencia” dentro de sus dimensiones de conflicto y guerra latente. Es alimentar una atmósfera de paz armada.
La argelina, como sus hermanos, había montado minuciosamente los mecanismos de defensa que le permiten hoy desempeñar un papel capital en la lucha liberadora. Pero todavía será necesario aprender una nueva técnica: llevar bajo el velo un objeto pesado, “muy peligroso de manipular”, y dar la impresión de tener las manos libres, que no hay nada bajo el velo sino una pobre mujer o una joven insignificante. No se trata sólo de cubrirse con el velo. Es preciso adoptar un tal “aire de Fátima” que tranquilice al soldado porque “ésta no es capaz de hacer nada”.
Es bien difícil. Además, están los policías que interpelan a escasos metros una mujer con velo que no parece particularmente sospechosa. Y está la bomba; por la expresión patética del responsable sabemos que se trata de eso, o de la bolsa de granadas ligadas al cuerpo por un sistema de cordones y correas. Porque las manos deben quedar libres, para exhibirlas desnudas, para presentarlas humildes y sencillamente a los militares para que no busquen más. Mostrar las manos vacías y aparentemente móviles y libres es el signo que desarma al soldado enemigo.
Ahora bien, el invasor ha sido avisado y en las calles se presenta el cuadro clásico de las mujeres argelinas detenidas contra los muros, sobre cuyos cuerpos se deslizan incansablemente los famosos detectores magnéticos llamados popularmente “sartenes”. Todas las mujeres con velo, todas las argelinas son sospechosas. No hay discriminación. Es el periodo durante el cual los hombres, las mujeres, los niños, todo el pueblo argelino vive a la vez su unidad, su vocación nacional y el crisol de la nueva sociedad argelina.
Ignorando o simulando ignorar esta nueva conducta, el colonialismo francés reinicia el 13 de mayo de 1959 su clásica campaña de occidentalización de la mujer argelina. Muchachas del servicio doméstico amenazadas con perder su trabajo, pobres mujeres arrancadas de sus hogares son conducidas a la plaza pública y despojadas simbólicamente de sus velos al grito de: “¡Viva Argelia francesa!”. Espontáneamente y sin consigna, las mujeres argelinas que desde hace tiempo abandonaron el velo vuelven a usar el haik, afirmando así que no es verdad que la mujer se libera por una simple invitación de Francia y del general de Gaulle.
El colonialismo quiere que todo emane de él. Pero la tendencia psicológica dominante del colonizado es la de endurecerse frente a cualquier invitación del conquistador.
Desde el 13 de mayo se vuelve a usar el velo, pero definitivamente despojado de su dimensión exclusivamente tradicional. Existe, por lo tanto, un dinamismo histórico del velo que se percibe en forma muy concreta en el desarrollo de la colonización de Argelia. Al principio, el velo es un mecanismo de resistencia, pero para el grupo social continúa fuertemente arraigado. Se usa por tradición, pero también porque el ocupante quiere develar Argelia. Lo que había sido preocupación de conducir al fracaso las ofensivas psicológicas o políticas del ocupante, se convierte en medio, en instrumento. El velo ayuda a la argelina para responder a los nuevos interrogantes planteados por la lucha.
El amor ardiente de la argelina por su hogar no es una limitación de su universo. No es odio al sol, a las calles o a los espectáculos. No es una fuga del mundo. En condiciones normales, debe existir una doble corriente entre la familia y el conjunto social. El hogar funda la verdad social, pero la sociedad autentifica y legitima la familia. La estructura colonial es la negación misma de esta recíproca justificación. La mujer argelina, al restringirse, al elegir una forma de existencia limitada en el espacio, afianzaba su conciencia de lucha y se preparaba para el combate.
En este encerrarse en el hogar, acompañado de la negación de una estructura impuesta; este repliegue sobre el núcleo fecundo que representa una existencia recogida pero coherente, constituyó durante mucho tiempo la fuerza fundamental del ocupado. Sólo la mujer, con ayuda de técnicas conscientes, puede iniciar la articulación de ciertos dispositivos. Lo esencial es que el ocupante se estrelle contra un frente unificado. De ahí el carácter esclerótico que debe revestir la tradición.
En realidad, la efervescencia y el espíritu revolucionario son alimentados en el hogar por la mujer. Y es que la guerra revolucionaria no es una guerra de hombres. No es una guerra con fuerzas en activo y con reservas. La guerra revolucionaria, tal como la lleva a cabo el pueblo argelino, es una guerra total en que la mujer no se limita a tejer o a llorar a sus mártires. La mujer argelina está en el corazón del combate. Detenida, torturada, violada, abatida, es un testimonio viviente de la violencia del ocupante y de su inhumanidad. Enfermera, agente de enlace, combatiente; en cualquier caso es un testigo de la profundidad y de la densidad de la lucha.
El lugar de la mujer en la sociedad argelina se afirma con tal vehemencia que es fácil explicarse la turbación del ocupante. Sucede que la sociedad argelina no es esa sociedad sin mujeres que se había descrito tan minuciosamente en Europa. A nuestro lado, nuestras hermanas musulmanas destruyen cada día más los dispositivos enemigos y liquidan definitivamente las viejas mistificaciones.
Extracto del articulo publicado en la revista El mensaje del Islam nº 7, abril de 1988 / sha´aban 1408. El texto que presentamos a continuación pertenece a una serie de artículos escritos por el autor entre 1957 y 1959 en el diario Resistencia Argelina, órgano de expresión del Movimiento de Liberación Argelino.
Franz Fanon (1924-1962) nació en Isla Martinica (Antillas) y fue un medico psiquiatra que destacó como defensor y teórico de los movimientos anticolonialistas de independencia en el Tercer Mundo. Se unió a la causa de la independencia argelina militando en el Frente de Liberación Nacional (F.L.N)