domingo, 29 de junio de 2008

Muchachas picantes

Muchachas picantes

ROBERTO PERRY C.

De ciertas damas
Carlos Lleras Restrepo.
Fundación Simón y Lola Guberek, Bogotá, 1986, dos vols. 360 y 385 págs.

Si el lector quiere unas lecturas amenas, poco extensas, deliciosamente informativas e incluso capaces de volver a despertarle el interés por la historia, la mejor obra para sus vacaciones será De ciertas damas. Su publicación es otro acierto de la Fundación Simón y Lola Guberek.

Estas reseñas de Lleras ofrecen una prosa correcta y no por ello tiesa. Al contrario, se trata de páginas mucho más fluidas y brillantes que no pocos de los editoriales políticos y económicos del expresidente, a menudo demasiado denso para la generalidad.

En De ciertas damas se recoge una buena muestra de los compendios de biografías de mujeres famosas que Lleras ha publicado en el semanario Nueva Frontera desde el decenio pasado. Y constituye buen ejemplo de lo que se puede hacer en el campo del periodismo cultural en Colombia. Frente a la odiosa invasión de chismes sobre femeninos personajes de hoy, tan característica de otras revistas que circulan entre nosotros, Nueva Frontera ha optado por tratar, con gracia, tacto y altura, de la vida y milagros de mujeres en verdad interesantes. Cumple así con la misión de divulgar temas con frecuencia desconocidos, al tiempo que presenta un cuadro de lo que se produce entre escritores, periodistas e historiadores de Italia y Francia.
¿Quién se oculta tras las reseñas de Lleras? Un periodista que lo es airoso y velloso, como quiera que en su producción ha tratado tanto del déficit fiscal como de las intimidades de Clara Petacci y Benito Mussolini. Se muestra, además, un liberal colombiano, de los formados a comienzos del siglo, educado, sí, en un liceo de sacerdotes, pero franco, realista y dispuesto a reconocer, por ejemplo, los desvío que abundan durante algunos pasajes de la historia de las jerarquías católicas, en especial durante los siglos XV y XVI. Se muestra, en fin, un liberal en su actitud con respecto a la mujer: delicado, admirador, enamorado, incluso devoto, pero siempre con un dejo de paternalismo, una diáfana cortesía y mucha sensatez.

Destaca la preferencia del expresidente por la condesa de Castiglione 1. La reseña de su biografía es la más extensa y detallada, tal vez porque la Castiglione participó de manera activa y decisiva, como ninguna otra de las mujeres cuya vida se escudriña en De ciertas damas, en una de las pasiones de quien reseña: la política. La beldad florentina desempeñó papel fundamental en el proceso de unificación de Italia, así como en las conversaciones que se adelantaron para dar fin a la guerra franco-prusiana. Nacida para brillar, Virginia, de corazón duro hasta para con su hijo, y de fría mirada, comenzó a hacer noticia en su mundo desde los diecisiete años, cuando empieza a centrar sobre sí la atención de los hombres de Estado de Europa; y la de sus pueblos. Y esa vida llamativa, frenética y pródiga sólo menguará al llegar los años difíciles.

No exagera quien reconoce que ella aportó casi tanto a la causa de su nación como el célebre conde Camillo di Cavour. Lleras escribe esta reseña con admiración, sí, pero con alguna distancia; y hasta con pavor, si se compara su idea de la Castiglione con lo que expresa luego sobre Clara Petacci, su Claretta 2.

La vida de la amante de Mussolini resulta otra cadena de hechos en el tenebroso intento por retornar a una Roma de hace más de dos mil años. La abnegadísima Claretta aviva la ternura en el periodista y le arranca elogios que son, en efecto, muy propios de un liberal. Su entrega incondicional —mejor: ciega, servil y morbosa— resume uno de los casos más patéticos que haya registrado la historia de la política. Sin embargo, ni el autor de la biografía ni el de la reseña dan muestras de haber profundizado en torno a la condición morbosa que se apodera del alma de la protagonista. Simplemente la ven deambular por los corredores de su propia historia de amor (tan parecida, en ocasiones, a la historia contemporánea de Italia); la ven, como quien ve pasar a un autómata, y ella los deja asombrados pero acríticos; lo extraño es que la personalidad de Clara los maravilla, en el mejor sentido de la palabra. Y poco se ahonda, así mismo, en el tremendo efecto que la propaganda debió de haber ejercido sobre la imagen que la loca de amor se forjó de su hombre, su tirano.

No sucede otro tanto con la biografía de Beatrice Cenci 3 En la reseña se va creando el clima espiritual preciso que llevará a la desgraciada Cenci al parricidio. Se muestra de la muchacha su amor por la vida y la libertad que triunfa sobre la represión, el terror y los abusos a los que Francesco Cenci ha sometido a su propia familia. Se muestra también la integridad de Beatrice, que no delata a sus cómplices sino cuando se le hace evidente que los van a torturar en su presencia para indagar la verdad; entonces la noble mujer hace lo posible por salvarlos. Beatrice es, con mucho, el alma más pura que pasa por los dos tomos de la obra: es la vida que se defiende con una nobleza pasmosa, una mujer asaz diferente de la Bella Otero 4 y de la meretriz augusta 5.

El conjunto de reseñas comienza con la de la biografía de Mesalina, mujer del emperador Claudio, la cual llegó a competir en el lecho con una prostituta, superándola. La aproximación a la vida anímica de la hetera imperial se basa en la idea de que era demasiado joven cuando llegó a emperatriz y en la conclusión de que el ambiente corrupto de la corte romana la lanzó a los excesos que la hicieron famosa. Alguna participación, tal vez no la suficiente, se le reconoce a la prosaica glotonería y a la repugnante rudeza de su imperial y cojo marido. Claudio abandonó a Mesalina en una soledad creciente, en aras de su amor por la historia y los asuntos de Estado. Aunque el personaje cobra vida, se nota alguna carencia de las perspectivas con que se podría iluminar su vida íntima. Mesalina queda retratada, incluso reanimada, pero poco explicada. La pobre, también del siglo XX recibirá juicios e incomprensión. Tanto Lleras como los biógrafos sobresalen por la posesión de un excelente acopio de información, pero no tanto por la de una intuición psicológica aguda. En esto también se hace patente su formación liberal.

Carolina Carasson danza, por entre las líneas que reseñan su biografía, sensual e irresistible, como siempre, deslumbrándonos como deslumbraban en los salones de Europa y de América sus piernas, su morenidad y su sangre mediterránea. Y a su lado se ve correr la de tantos hombres a quienes desdeña con la volubilidad de su corazón. Algo de Remedios la bella se anuncia en ella. Cuando no el río de sangre, fluye el de las joyas, los millones y. . . los favores. No se puede ver en Lina a una mujer fría y calculadora, como la Castiglione, sino un ser poseído por su cuerpo, y por la corrosiva admiración de los demás, casi sin identidad mental, casi un animalillo al que no se podría enjaular jamás, en fin, una mujer salvaje de tan elemental, pura y arcaica. Ese es el origen de la inconsciencia con que afronta los suicidios de no pocos de sus adoradores. Y es ésa, también, la diferencia principal con la Castiglione: carece, del todo, de una formación que le permitiría pensar e instalarse a sus anchas en la historia, en el curso de los pueblos y tomar posición ante asuntos que atañen al género humano. Reina de su mundo, en los otros tuvo la prudencia de no entremeterse; tampoco le habría sido posible trascender su evidente condición plebeya. La Castiglione reinó con su hermosura en la corte de Napoleón III y con su habilidad y sus intrigas en la política interestatal europea; cosas demasiado aburridas, tal vez, para la Bella Otero. Vale la pena conocer su vida, sin embargo, porque ella contribuyó, a caso sin comprender del todo lo que hacía, en la construcción de la nueva concepción del arte que nos ha dado este siglo. La magia instintiva con que movía cada músculo de su cuerpo soberbio, con que cantaba, hizo entender que la danza, clásica o moderna, más que academias y teorías lo que exige es alma, pasión.
Pasión de española y de noble también atribuyen Maria Bellonci y Lleras a Lucrezia Borgia 6, como la explicación de su tolerancia para con las fechorías de su padre y sus hermanos. Pero Lucrezia capitula una y otra vez no sólo porque se sabe Borgia, sino porque es mujer; y como mujer de su siglo, nacida en una familia hispánica y residente en la península itálica, se le hace clara su condición de apéndice de los varones de su casa. No obstante, o acaso por esto mismo, la aproximación a la vida afectiva y mental de la Borgia es la más completa y refinada de De ciertas damas. Apoyado en la obra de la Bellonci, que elogia generosamente, Lleras llega en verdad cerca de un personaje de carne y hueso, y su reseña tiene para nosotros la ventaja de deshacer unos cuantos mitos que circulan aquí en torno a la imagen de la duquesa de Ferrara.

Menor atención merecen las otras tres reseñas 7, que, en realidad, parecen un poco fuera de sitio en los dos volúmenes de De ciertas damas. El primer devaneo sexual de Napoleón resulta, como tema, poco concordante con el título. Por lo demás, la reseña de este asunto y las dos restantes son demasiado breves y fugaces, por lo que rompen el ritmo que establece la mayor parte del libro.

De ciertas damas vale, también, y ante todo, como obra didáctica, que podrá catalogarse entre lo mejor de nuestro periodismo formativo. Nada más útil para quienes no tenemos acceso a ediciones extranjeras en otras lenguas o para quienes necesitan suplir con buenas reseñas las lecturas que no podrán llevar a cabo por falta de tiempo.
ROBERTO PERRY C.


NOTAS:
1 Massimo Grillandi. La Contessa di Castiglione, Rusconi, Milán.
2 Roberto Gervaso. Claretta. La donna che mori per Mussolini, Rizzoli Editore, Milán, 1ª. Edición, abril de 1982.
3 Norberto Valentini, y Milena Bacchiani, Beatrice Cenci. Un intrigo del Cinquecento, Rusconi, Milán, 1a. edición, marzo de 1981.
4 Massimo Grillandi, La Bella Otero, Rusconi, Milán, la. edición, noviembre de 1980.
5 Francesco Mazzei, Messalina, Rusconi, Milán, enero de 1983.
6 Maria Bellonci, Lucrezia Borgia, Mondadori, octubre de 1974.
7 Se trata de reseñas sobre las obras que se citan a continuación en el orden en que aparecen en De ciertas damas:a) Le cortigiane veneziane del Cinquecento, edición a cargo de Rita Casa-grande de Villaviera.b) Guy Breton, Historias de amor de la historia de Francia. Maunice Rat, Aventurieres et intrigants du Grand Siecle.Maunice Rat, Dames et bourgeoises amoureuses ou galantes du XVIe. siecle.Les grandes favorites de toutes les époques et dans tous les pays, edición de selecciones de varios autores a cargo de Alain Decaux.
Tomado de: Biblioteca Luís Ángel Arango. http://www.lablaa.org/

No hay comentarios: