martes, 3 de junio de 2008

Bolívar obligado por la Policía monárquica de Godoy a salir de Madrid

En los días de su matrimonio
Bolívar obligado por la Policía monárquica de Godoy a salir de Madrid
Por: Rufino Blanco Fombona
Bolívar en Madrid, 1802

Aunque Simón dejó la vida en común con sus tíos para irse a habitar en la casa de Ustáriz, continúa demostrando a los hermanos de su madre el mismo afecto que hasta entonces, principalmente a Don Esteban. Cae en desgracia Don Esteban por intrigas cortesanas, por amigo de Mallo, en cuanto se inicia la reacción de Godoy. Se lo encarcela en Monserrat, bien lejos de Madrid. Simón y Pedro ponen en juego todas sus artes, a todos sus amigos en pro del prisionero y se angustian por su suerte. ¿Pero qué podían aquellos dos jóvenes contra fuerzas desconocidas y poderosas?

A pesar de su noviazgo, de su próximo matrimonio, de sus proyectos de viaje y establecimiento en América, Simón no olvida ni desatiende al tío Esteban. No quiere separarse de Madrid sin saberlo libre. Porque Simón se ausentará apenas se case.




Al constituir el vínculo en favor de Simón Bolívar, el señor Xerez Aristeguieta ha puesto, en efecto, la condición de que el beneficiado habite en Caracas. Luego Simón se casará y se irá. Las fincas patrimoniales lo aguardan. Nadie administra lo de uno mejor que uno mismo, por inexperto que sea. Pero si piensa en el matrimonio y en los intereses no olvida al tío en desgracia. No se irá mientras Don Esteban no goce de libertad. El afecto por el padrino se conserva, a lo que parece intacto. Y le escribe por conductos subrepticios: "Mi querido tío Esteban y buen padrino". Como se ve, no le dice: "Estimado tío Pedro", como a éste.

La misma racha de adversidad que encarcela a Don Esteban obliga a Pedro a dirigirse a Cádiz y a Simón a ausentarse para Bilbao. Los sabuesos de Godoy resultan tan activos e intrigantes como el mismo príncipe que los mueve. Un día, pasa Bolívar a caballo por la Puerta de Toledo. Con un pretexto cualquiera la policía lo detiene, lo interroga, hasta intenta cachearle y registrarlo. ¡A un oficial! El joven, ante el desafuero inesperado, amenaza con la espada a los corchetes. Los pasantes intervienen y se evita la complicación de un lance. Aquel episodio empieza a esbozar el carácter del joven Simón: ante las dificultades sacará la espada.

¿Con qué pretexto se molesta al caballero? ¿Con el pretexto de que lleva diamantes en los puños?

También se le hubiera molestado con el pretexto de no llevarlos. Ni en Madrid, ni en Pekín, ni en ninguna parte los esbirros y los soplones culminan por la inteligencia, ni se embarazan en los escrúpulos. La cuestión para ellos en aquel momento era molestar, demostrar al joven su inseguridad en Madrid. Al buen entendedor con poco le basta. Nuevo motivo para decidir pronto el regreso a Caracas.

Hay que estar a las duras y a las maduras. A los Palacios y a Simón les tocó primero el agasajo que corresponde a los huéspedes de Mallo; ahora se han vuelto las tornas, ahora les corresponden las desazones: el uno está preso en Cataluña, el otro tiene que marcharse a Cádiz; al sobrino le molesta la policía, con especiosos y fútiles pretextos. Tan fútiles que parecen mentira. Que se alegue un motivo u otro, que se valgan de este medio o de aquél, existe una realidad: la policía trata de alejar de Madrid a los íntimos de Mallo, o a los que por tal se tienen. Don Manuel Mallo, personalmente logra esquivar ciertos golpes, y aun cuando se aleja de la Corte, se le ve volver. No puede competir con Godoy y desaparece en la oscuridad de su destino. ¿Adónde ha ido a parar el apuesto Don Manuel? Dramas de la Corte, no. Dramas del serrallo.
Bolívar comprende que estorba, por el momento, en Madrid, y si no lo comprende por si mismo, se lo hacen comprender Don Bernardo Rodríguez del Toro, el Marqués de Ustáriz, otros. En agosto de 1801 está en Bilbao; de Bilbao pasa a Francia. De Francia regresará a España para casarse y restituirse a la tierra natal.

Su preocupación por el tío Esteban no cesa, aunque tal vez vaya amortiguándose un poco con las propias preocupaciones. De la cárcel se sale; de donde no se sale es de la tumba. De Bilbao escribe al tío Pedro: "Estimado t. P. He recibido con el mayor gusto que es de imaginar la de usted del 11 de éste, porque en ella me participa usted el partido que se ha tomado en el asunto de mi t. E. Conozco el buen corazón de la persona que usted ocupa y también del que pueda ser que nos conceda el gran bien de dejarnos ver a nuestro buen amigo ...

"Conozco que nadie está más interesado que usted; pero yo no puedo menos que dar a usted las más rendidas gracias por este paso que usted da en obsequio de mi buen padrino". (Bilbao, 23 de agosto de 1801).

Esta carta transparenta varias cosas: que el afecto de Simón por su "buen padrino" se conserva intacto; pero que la intimidad familiar con otros hermanos de su madre no es ya la misma. Muchas frases de la carta denotan distancia, en su frialdad cortés o en su calor de apariencia. "No puedo menos que dar a usted las más rendidas gracias". "Un buen presentimiento del éxito que tendremos me hace entregarme a las más lisonjeras esperanzas". ¡Fórmulas! No parece el lenguaje afectivo de un pasional como Bolívar. ¿Lo embargaban las propias preocupaciones? ¿O era que estaba enamorado profunda- mente, que se sentía feliz y padecía la ceguera y el egoísmo feroz de los enamorados para cuanto no sea su amor o con su amor se relacione? La carta, fechada en Bilbao el 3 de agosto de 1801, termina, naturalmente, hablando de su matrimonio. Como suponía que la policía de Godoy le dificultase el volver a Madrid para la boda, participa en aquella carta al tío Pedro que se casará por poder, que luego vendrá su suegro con María Teresa a Bilbao y que en Bilbao se embarcará el matrimonio en "un neutral" --en un buque de potencia ajena a la guerra--, para los Estados Unidos, camino de Venezuela. Las cosas no ocurrieron de todo en todo, según supone la carta. El tío Esteban continuará preso, Bolívar no se casará por poder, sino que obtendrá por su insistencia permiso para regresar a Madrid y allí celebrar nupcias. Por último, no se embarcará en Bilbao sino en La Coruña. Aburriéndose en Bilbao y no pudiendo restituirse a la vera de la novia, piensa en todos los medios posibles para acercarse a ella, burlando a la policía de Godoy. Con este fin, parte para Francia. Allí lo conduce la esperanza de conseguir un pasaporte del Embajador de España, directamente para Madrid. En Bilbao no consigue que se lo den.

Apenas llega a Francia, solicita verse con el Embajador. Pero hay una dificultad: el Embajador no está en Paris.

El Embajador, en efecto, está en Amiens, donde se desarrollan en aquel momento asuntos internacionales de importancia: allí se dirige. El Embajador accede a conceder el pasaporte; pero sólo para Bilbao, el 16 de febrero de 1802. ¡Qué haría con irse a Bilbao! Lo que quiere es estar con su novia; en Madrid o donde sea; pero con su novia. No hay medio. Sólo se le promete y se le da para Bilbao aquel documento. Lo firma el Ministro, el Excelentísimo señor Don J. Nicolás de Azara, "Caballero, Gran Cruz de la Real y distinguida orden de Carlos III, Bailio Gran Cruz en la de San Juan, Consejero de Estado de Su Majestad Católica y su Embajador cerca de la República Francesa".

Simón guardó el pasaporte y se quedó en Paris. Su estratagema no le permitió regresar junto a la amada, burlando las interposiciones de la policía matritense. No podía ir a Madrid, muchacho enamorado e inofensivo. Lo trataban como a un reo de Estado. Todo para que la bragueta de Godoy quedara complacida.

Hubiera quedado como recurso al impaciente enamorado el que María Teresa fuese a Bilbao; pero sobre no parecer correcto que la novia corriera tras el mancebo, Don Bernardo --como viejo y mundano-- sabia bien que los obstáculos suelen dar pábulo al amor.

Dos meses permaneció en Paris. En París iba a encontrarse cara a cara con el destino de Bonaparte, Primer Cónsul. Allí presenció las fiestas de la ciudad en celebración de la Paz de Amiens. De la Paz de Amiens y del hombre, maravilloso triunfador en los campos de batalla y primer jefe de la República, que restituía la paz a los pueblos y cerraba en Francia, momentáneamente, el paréntesis sangriento de las agitaciones. Cerraba el paréntesis de inquietud; pero dejando intacto el patrimonio de la Revolución, con sus nuevas instituciones y sus nuevas ideas. ¡Qué mayor gloria!

Por primera vez el destino de Bonaparte se interpone en su camino, contribuyendo a despertar la vocación heroica: "Yo lo adoraba --dirá más tarde Bolívar del Primer Cónsul-- como al genio de la libertad, como a la estrella de la gloria". Pero la gloria y la libertad pesan ahora, en el alma de este joven, después que el amor.

Anónimo, perdido en la multitud, nadie, ni él mismo, supone entonces que en medio de tantos miles de seres humanos como pululan en aquel instante en Paris, será en la historia el único émulo de Bonaparte y tendrá en otro continente un destino semejante al de Napoleón en Europa.
Por fin, de regreso en Bilbao, y valiéndose quién sabe de qué medios --o por la mera acción del tiempo que probaba la inofensividad del joven y su total extrañeza en los asuntos de Mallo--, se le otorgó pasaporte para Madrid, el .9 de abril de 1802.

Obtenerlo y restituirse a la capital española fue todo uno. Se dirige a caballo hasta Ameyugo, en compañía de un mozo de espuela. En Ameyugo cambiará de montura o tomará la silla de postas para Madrid.

Apenas llega a la Corte, dispone su matrimonio y su viaje a América. Pero un oficial de su calidad no puede casarse sin real licencia. La solicita, pero pasan días y no llega. Por fin, a mediados de mayo, le concede el Rey licencia para contraer nupcias. El Ministro Caballero se lo participa en esta forma:
"Aranjuez, 15 de mayo de 1802. Con esta fecha comunico al Capitán General de Castilla la Nueva lo siguiente:
"El Rey se ha servido conceder a Don Simón de Bolívar y Palacios, Subteniente del Batallón de Milicias disciplinadas de Valles de Aragua, en la Provincia de Venezuela, actualmente residente en Madrid, el permiso que ha solicitado para contraer matrimonio con Doña María Teresa Rodríguez del Toro, precedidos los requisitos prevenidos del consentimiento paterno y demás reales disposiciones"
“Lo traslado a Usia para su inteligencia.
“Dios guarde a Usia muchos años.
Caballero”

Cuatro días después, urgido, solicita dispensa de amonestaciones, por exigirlo la necesidad de un viaje inmediato y sobrevenir pérdida de intereses si el viaje no se efectúa.

Tan pronto como puede, antes de que termine el mes, el día 26, se casa; y luego parte a embarcarse. Se casó en la parroquia de San Sebastián y San José.

Embarcó en La Coruña.

Aquella etapa de su vida en España ha concluido.

La vida madrileña del hidalguillo, en la flor de la juventud y piloteado por Don Esteban Palacios --que se movía en un medio social poco propenso a las austeridades--, hubiera podido ser liviana y licenciosa, como la de tantos petimetres sensuales de la villa y Corte, si no se encuentra con dos figuras esenciales para el mozo en aquella sazón: el Marqués de Ustáriz y María Teresa Rodríguez del Toro y Alaysa.

Ustáriz --ya lo hemos visto-- lo hizo estudiar seriamente, amar la cultura, aprender a discutir ideas. En suma, disciplinó la mente del joven, y despertó en él espíritu crítico. María Teresa, por su parte, le proporcionó los encantos de un casto amor, de una agradable vida social y de un ideal casero de jefe de familia.

En cuanto a la España materna, le dio abuelos, le dio cultura y le dio esposa. También le dará, por arcanos del destino, su último asilo en América: la casa española del español Don Joaquín de Mier.

Sólo queda la Iglesia Católica fuera del ámbito moral en que se educa y levanta por aquel tiempo toda juventud española. Pues bien, un sacerdote católico, reivindicando el nombre de la familia de los Bolívar, en su reverencia secular al culto de la Santísima Trinidad y asociando el nombre del Libertador al recuerdo de la Iglesia y al misterio de la Trinidad, dirá un día: "Bolívar es el padre de la América, el Hijo de la Gloria y el Espíritu Santo de la Libertad".

El Ayuntamiento de Madrid, en 1930, hizo poner en la Iglesia de San José una placa de mármol conmemorativa que dice:
"El día 26 de mayo de 1802 en la Parroquia de San José de esta Villa y Corte de Madrid, capital entonces de España y de sus Indias, Simón Bolívar, a quien el porvenir reservaba trascendentales destinos, contrajo matrimonio con María Teresa Rodríguez del Toro. A la memoria de Simón Bolívar, en el primer Centenario de su muerte, ofrece esta lápida el Excmo. Ayuntamiento de Madrid, el 17 de diciembre de 1930".

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