miércoles, 18 de junio de 2008

Leopold Senghor: SOCIALISMO AFRICANO

SOCIALISMO AFRICANO
Leopold Senghor

Extractos de una conferencia que el presidente de Senegal pronunció en Oxford el año 1961. Tomados de West Africa, 11 de noviembre de 1961.

Eentre los valores de Europa no tenemos la inten­ción de conservar el capitalismo, por lo menos en su forma del siglo XIX. El capitalismo privado fue, desde luego, en sus primeros días, un factor de progreso, como lo fue el feudalismo en su tiempo, y aun la colonización...

Hoy día es un sistema social y económico anti­cuado, como el federalismo, como la colonización. Y, añadiría yo, como el imperialismo en que encon­tró expresión. ¿Por qué? Porque si la colectiviza­ción del trabajo constituye, con sus especializacio­nes, un paso decisivo hacia la socialización, la defensa, o más exactamente, la ampliación de la pro­piedad privada no va en ese sentido. Igualmente grave es la enajenación de que es culpable el ca­pitalismo, tanto en la esfera material como en la esfera del espíritu. Porque el capitalismo funciona sólo para el bienestar de una minoría. Porque, siempre que la intervención del Estado y la pre­sión de la clase trabajadora le obligaron a refor­marse, sólo concedió el nivel de vida mínimo, cuan­do sería necesario no menos del máximo. Porque no ofrece ninguna perspectiva de una plenitud ma­yor del ser más allá del bienestar material...

Pero nuestro socialismo no es el de Europa. No es el comunismo ateo ni, en absoluto, el socialismo democrático de la Segunda Internacional. Lo he­mos llamado modestamente Modo Africano de So­cialismo... El señor Potekhin, director del Instituto Africano de Moscú, en su libro titulado Africa mira hacia el futuro, enumera del modo siguiente los rasgos fundamentales de la sociedad socialista: El poder del Estado está en manos de los trabajado­res; todos los medios de producción son propiedad colectiva; no hay clases explotadoras, ningún indi­viduo explota a su semejante; la economía es pla­nificada, y su finalidad esencial es ofrecer la satis­facción máxima de las necesidades materiales y espirituales del hombre. Evidentemente, no pode­mos negar nuestro apoyo a esa sociedad ideal, a ese paraíso terrestre. Pero aún tiene que llegar; la explotación del hombre por su semejante aún hay que extirparla en la realidad; hay que llegar a la satisfacción de las necesidades espirituales que trascienden nuestras necesidades materiales. Esto no ha ocurrido todavía en ninguna forma de civili­zación europea o americana, en Occidente ni en Oriente. Por esta razón estamos obligados a buscar nuestro propio modo original, un modo negro-afri­cano, de realizar esos objetivos, prestando atención especial a los dos elementos que acabo de señalar: democracia económica y libertad espiritual.

Con esta perspectiva ante nosotros, decidimos tomar de los experimentos socialistas —lo mismo teóricos que prácticos— sólo ciertos elementos, ciertos valores científicos y técnicos, que injerta­mos como vástagos en el tronco silvestre de la ne­gritud. Porque esta última, como complejo de valores civilizados, es tradicionalmente de carácter socialista, en el sentido de que nuestra sociedad negro-africana es una sociedad sin clases, que no es lo mismo que decir que no tenga jerarquías ni división del trabajo. Es una sociedad basada en la comunidad, en la que la jerarquía —y por lo tan­to el poder— se funda en valores espirituales y democráticos: sobre el derecho de primogenitura y sobre la elección; en la que se discuten toda clase de decisiones en conferencia, después de ha­ber sido consultados los dioses ancestrales; en la que comparten el trabajo los sexos y los grupos téc­nico-profesionales, basados en la religión...

Así pues, en la creación de nuestro modo afri­cano de socialismo, el problema no es cómo poner fin a la explotación del hombre por su semejante, sino impedir que tenga lugar en ningún momento, volviendo a la vida la democracia política y econó­mica; nuestro problema no es cómo satisfacer nece­sidades espirituales, es decir, culturales, sino cómo mantener vivo el fervor del alma negra...
Investigación científica, planeación y cooperación resumen exactamente el programa que mi país, el Senegal, acaba de poner en acción actuando de fuerza motriz el señor Mamadou Dia, primer minis­tro. Nuestro primer plan cuatrienal está en marcha con sus institutos de investigación, sus bancos del Estado, sus empresas estatales, sus juntas de mer­cadeo de la producción, sus cooperativas, que abar­can ahora el 80 % de los campesinos, los cuales constituyen el 70 % de la población total. Todo esto fue precedido de un estudio social y econó­mico en el que se emplearon más de 18 meses.

Y todavía no hemos suprimido legalmente el ca­pitalismo, que es extraño a nuestro país; aún no hemos nacionalizado nada. Sobre todo, no hemos derramado ni una sola gota de sangre. ¿Por qué? Porque empezamos por analizar nuestra situación como país subdesarrollado y colonizado. La tarea esencial fue volver a ganar nuestra independencia nacional. Después tuvimos que eliminar los defectos del dominio colonial aunque conservando sus aportaciones valiosas, tales como la infraestructura económica y técnica y el sistema educativo fran­cés. Finalmente, esas aportaciones positivas tuvie­ron que ser enraizadas en la negritud, y al mismo tiempo fertilizadas por el espíritu socialista, para que dieran fruto. Tuvieron que enraizarse en la negritud por una serie de comparaciones entre sis­temas existentes. Cuando el capitalismo privado entra en competencia pacífica con el socialismo, me parece seguro que este último sale triunfante, siem­pre que trascienda los objetivos del mero bienestar y no segregue odio. Entretanto, necesitamos capi­tal, aun de fuentes privadas. Nuestro propósito es encajarlo en el plan de desarrollo, controlando su uso.

En este punto nos separamos de los experimen­tos socialistas de la Europa oriental, con los expe­rimentos comunistas, aunque tomando sus logros positivos. Hablé antes de la experiencia viva de recobrar la libertad. A la lista de necesidades que el plan debe satisfacer, tengo que añadir el ocio. Así es como la investigación, la planeación y la coo­peración trascienden, en su esencia, el objetivo del bienestar material. La ciencia, por la cual entiendo la busca de la verdad, ya es una necesidad espiri­tual. Como lo es el rapto del corazón, del alma, que expresa el arte, arte que en sí mismo no es más que la expresión del amor. Esas necesidades espirituales, que tanto pesan en los corazones ne­gro-africanos, fueron tratadas de pasada por Marx y por Potekhin; pero Marx no las destacó ni las definió plenamente.

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