jueves, 3 de julio de 2008

Espías Vascas

Espías Vascas
Por Mikel Rodríguez (*)



A los seres humanos nos gustan los arquetipos porque nos evitan pensar. Todo blanco o negro. Ni el espionaje, con su amplio espectro de grises, se libra de analizar la actuación de las féminas desde esta limitada perspectiva. Respecto a las espías, los arquetipos rozan la simplicidad máxima. Todo se reduce a dos categorías: las santas y las putas. Eso sí, dos categorías con lecturas diversas según la ideología del consumidor.

Para un carlista o un jeltzale, la santa es la tradicional. Como Ramona Arregui, que organizó una red de espionaje a favor del pretendiente Don Carlos durante el sitio de Bilbao. Una mujer animosa, de religiosidad severa, probablemente con estigmas, probada por Dios, que le envió un hijo agnóstico e hipnotista como el doctor Areliza. Las santas no necesariamente son exclusivas de círculos clericales, también pueden ser feministas o revolucionarias. Los incrédulos republicanos galos también tienen sus santas laicas, como María Garay, Menigne Saube-le-Bile, que desenmascaró al espía Pedro Muñoz cuando iba a entregar Baiona en 1651. La cabeza del traidor se mantuvo expuesta durante años en el Castillo Viejo.

La categoría puta es más monocorde, sólo se diferencia por su status social, inteligencia y precio. Margarita d´Andurain era aristócrata e inteligente, lo que le mereció la calificación de ninfómana y mayor genio criminal del siglo XX. A la pobre Raimunda Amarandain, Aurora de Bilbao en la noche del Bocho, se le adjudicaban menos luces y peores ancestros, así que era simple ramera que sonsacaba a marineros. Euskal Herria ha proporcionado una amplia nómina de espías, casi todas poco conocidas, como es propio de su labor. La primera de la que tenemos noticia es la señora de Urtubia, una de los principales agentes de la Liga Católica en Baja Navarra, al servicio de Felipe II. Enviaba sus informes en euskara al palacio del virrey de Navarra a través del abad de Urdax: Jauna: erezebitou dout zure senoriaren carta conserba ordenariocouequin batean, non ezcouac apazen baitizquizut mila bider nitzas douen couidadoas. Nic escribiteus geros emen dabilan beria da armadaren erdia jouan dela Indietaco flotaren bidera eta beste erdia Barzalonara jouan dela. Besteric es ta dino denic gastigazera zure senoriary eta gledizen nais serbizari humblea. (Señor, he recibido la carta de Vuestra Señoría juntamente con la conserva de ordinario y así le beso mil veces las manos por el cuidado que tiene de mí. Desde que le escribí la noticia que corre por aquí es que la mitad de la armada ha ido a la ruta de la flota de Indias y que la otra mitad ha ido a Barcelona. Ninguna otra cosa hay digna de comunicarse a Vuestra Señoría y quedo su humilde servidora).



Portada del libro Espías vascos.

Otro momento importante de las espías vascas coincidió con las guerras carlistas, cuando los liberales lograron infiltrar algunas de sus agentes como damas de compañía en la Corte de Estella. Mientras, a Gabriela la roncalesa le tocaba trasladar los mensajes por lo más agreste del Pirineo. Ni carlistas ni liberales se andaban con blandenguerías y el cura Santa Cruz fusiló en Aretxabaleta a una espía liberal, pese a las órdenes contrarias de su superior. Eso sí, para salvar su alma, tuvo el cuidado de confesarla y comulgarla.

Además de en Europa, las espías vascas han actuado en otros continentes, sobre todo en el Nuevo Mundo. En los servicios secretos argentinos su presencia fue significativa. También en la CIA y su predecesora, la OSS. Así como las vascas han actuado en escenarios lejanos, algunas de las más célebres agentes de información espiaron en Euskal Herria: Micheline Carré la Gata, Mata Hari o Marthe Richard tendieron sus redes en San Sebastián o Baiona.

Femme fatale

La bailarina Raimunda Amarandain, conocida entre los artistas de variedades como Aurora de Bilbao o La Sultana, puso sus dotes de seducción al servicio del Káiser. En enero de 1916 se trasladó a París junto a Adolfo Guerrero. No era su destino definitivo, sino un punto de partida menos sospechoso para alcanzar Inglaterra que la germanófila España.

A pesar de esta preocupación, el MI-5 británico entró en sospechas, pero sin ninguna prueba concreta. Ordenaron a la policía que, cuando la pareja desembarcase, la siguieran y sometieran a discreta vigilancia. Guerrero trabajaba como corresponsal de El Liberal de Madrid y Raimunda, como carecía de permiso para actuar en las varietés, se colocó en el despacho de un comerciante en calidad no se sabe de qué. El contraespionaje inglés vio sus sospechas confirmadas por los grandes gastos de los recién llegados. Guerrero sólo envió dos crónicas por un importe de cuatro libras y ni esa cantidad ni el sueldo de Raimunda justificaban su nivel de vida. Se iniciaron pesquisas en Madrid y el 18 de febrero de 1916 Scotland Yard detuvo a la pareja. Guerrero se hundió durante el interrogatorio y reconoció que trabajaban para la Marina Imperial. La bailarina sonsacaba a los marineros las fechas de partida y rumbo de los convoyes. Guerrero fue condenado a la pena de muerte y La Sultana fue expulsada rumbo a la Península.

Mas transpiración que emoción


Espía Vega en San Sebastian.

Que el trabajo diario en una agencia de información no tiene porque ser emocionante lo certifica la hoja de servicios de la primera vasca que ingresó en los servicios secretos norteamericanos. Maurina Aldecoa había nacido en Idaho en 1913, hija de una pareja de Mutriku y Ea. Su madre apenas entendía inglés, pero le parecía importante que Maurina obtuviese una buena educación y por ello quiso que estudiase. En 1935 Maurina se graduó en la Universidad de Idaho y trabajó como profesora de español en un Instituto.

Los Aldecoa participaron de lleno en el esfuerzo de guerra. Su hermano Manuel se alistó como piloto y murió sobre Lille en 1943. A inicios de 1944 Maurina pidió ingresar en la OSS y un mes después se lo concedieron. Tras entrenarla en Washington, la destinaron a Londres. Trabajaba como analista de información: estudiaba los informes secretos y decidía qué era importante y a qué funcionarios y departamento correspondía. Estaba considerada la mejor de su sección. En un club de oficiales conoció a su futuro marido, un estudiante de arquitectura navegante en un B-17, con el que se casó en junio de 1945 en la catedral católica de Norwich. Y ahí acabó su aventura en el espionaje.

La leyenda: Marga, condesa d´Andurain


A esta aventurera prodigiosa, nacida Jeanne Amélie Marguerite Clérisse en el seno de una familia burguesa de Iparralde, se le adjudicaron las mayores hazañas en el mundo del espionaje: informadora de Lawrence de Arabia en Egipto y Jordania, agente libre en Siria al servicio del Deuxième Bureau, del GPU soviético y de los sionistas, enemigo público nº 1 de la Interpol durante los años treinta, agente franquista, traidora a su patria durante la II Guerra Mundial... Una vida de película hasta su asesinato a botellazos en su yate Dejeillan en el puerto de Tánger en 1948.

Las amateurs: Vitxori Etxeberria, Itziar Múgica, Delia Lauroba y Tere Verdes

Cuando los franquistas ocuparon Bizkaia en 1937, fusilando a mansalva, los hombres se retiraron prudentemente de las labores clandestinas. Y tuvieron que ser cuatro mujeres sin experiencia quienes pusieron en marcha la red de espionaje del Gobierno vasco: Vitxori Etxeberria, de Elizondo, las donostiarras Itziar Múgica, Delia Lauroba y Teresa Verdes, de Bilbao. Obtuvieron y trasladaron a Francia información fehaciente sobre la represión franquista que, difundida internacionalmente, sirvió para frenar las ejecuciones. También procesaron documentación militar para el Ejército francés: características técnicas de los aviones y buques germanoitalianos, disposición de las unidades españolas... La red creció y les buscaron un jefe. Varón, por supuesto. Vitxori trajo andando desde Francia el nombramiento del nuevo responsable, el médico Luis Álava.

El grupo de aficionadas lo estaba haciendo muy bien. Pero todo se torció porque el primer equipo demostró ser mucho peor que las suplentes. Nadie destruyó la lista con los miembros de la red cuando los alemanes ocuparon París. La Gestapo se la pasó a la policía española y todas fueron detenidas. En el juicio las condenaron a muerte por espionaje. Afortunadamente, el mismo general Pétain, jefe de gobierno de Vichy, intercedió por ellas y les conmutaron la pena. Salieron de prisión con la satisfacción de haber escapado con vida, pero con la frustración de ver cómo Franco también se salvaba. Su labor a la postre no había servido para nada.



(*) Mikel Rodríguez es autor de “Espías vascos”, de editorial Txalaparta

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